martes, 2 de agosto de 2011

Contribución de un lector

Soy admirador de un nuevo lector, se los presento: Se llama R (no puedo decir su nombre completo) y es de Venezuela. No creo que tenga que decir nada más, sus extraordinarios encantos están perfectamente revelados en esta sesión de fotos que mi nuevo amigo ha decidido hacernos llegar como regalo. La verdad es que no tiene desperdicio. Hagan sus comentarios, a lo mejor terminamos convenciendolo para que muestre más....Gracias R por este regalo. Lo aprecio muchisimo...

Pechos que invitan

Pelitos



Mis hombres del martes, están afeitados justo hasta el límite de lo aceptable. Es lo que muchas veces digo: si un tipo viene con pelos al mundo, puede entenderse que quiera "podarse la grama" un poco, pero no saben lo que se pierde cuando esa podada, se convierte en rasure total. Nada como un hombre que tenga sus pelos en su santo lugar. Eso los hace hombres.

Pajeros...

Probablemente, una de las razones para mi afición al sexo con hombres (suena bien decirlo así, no?) reside en las muchas veces que presencié pajazos colectivos, pajazos en pareja o individuales, cuando era niño. Pertenezco a una familia inmensa, formada en su mayoría por hombres. Mis primos, que pasan de 80, completan entre si varias generaciones, ya que sus padres y los mios, se casaron y descasaron varias veces. Yo estoy en el grupo de los "del medio" y siempre tuve como 10 o 12 primos que eran algunos años mayores que yo, y les encantaba mostrar lo que tenían. Recuerdo en particular a Iván (hoy un señor gordo de casi sesenta años). Iván, tenía como unos 16 o 17 cuando yo tenia 11, y era uno de los primos que veía con más frecuencia, sobre todo en los viajes a la hacienda de la familia o a la casa de la playa. Era un tipo bastante morboso, que (yo creo) le encantaba presumir de, lo que ya en esa época, era un guevo respetable. Tan pronto como nos quedábamos solos o desaparecía de la vista la vigilancia de los adultos, Ivan comenzaba a sobarse y agarrarse el paquetón y en pocos segundos, lo tenía afuera, lubricado y listo para una buena paja. Podían estar tres o cuatro de sus contemporáneos (quienes normalmente lo seguían para convertir aquello en una fiesta de leche) y ninguno se inmutaba ante mi presencia. Al contrario, me animaban a que intentara lo mismo, cosa que yo hacia con poco éxito dada mi edad y mi escaso nivel de desarrollo para ese entonces. Algunas veces, sin embargo, Ivan lo hacia sólo conmigo. Buscaba la manera de quedarse a solas en mi presencia y se daba unos pajazos de concurso, blandiendo y estrujando aquel machete en todas posiciones muy cerca de mi cuerpo e incluso de mi boca. Nunca me pidió que le hiciera nada y recuerdo que alguna vez, lo máximo que hice, fue agarrarlo y moverlo un poquito con bastante inexperiencia. Eran encuentros que me fascinaban y que nunca se comentaron. Siempre pienso que Ivan fue mi maestro de pajas y se lo agradezco mucho. A veces, cuando pienso en eso, me gustaría saber como siguió su exhibicionismo, pero jamás he tenido valor para hablar del tema.

Nada...son recuerdos que según se miren, traen nostalgias de tiempos mejores o escenas escabrosas. Yo, sinceramente agradezco haberlo vivido. Fue mucho lo que aprendí en esos encuentros de familia.

lunes, 1 de agosto de 2011

Arpad Miklos

Es uno de los que me da más morbo, una de las grandes fantasías de mi vida: este húngaro no hace sino demostrar que algunos hombres, realmente, son como el buen vino: envejecen hacia lo divino, hacia lo inmejorable....

Cogidas ricas...

Oscura perfección

Ya lo he dicho tantas veces, que debe sonar a repetición innecesaria: siento especial predilección por los hombres negros, morenos, mestizos, de piel oscura. Uno de mis mayores placeres es pasar mi lengua por esa piel lisa y brillante, hasta llegar a sus monumentales morrongas, casi siempre duras como un trozo de madera pulida, y dispuestas a dejarse complacer hasta el infinito. Saboreándolas lentamente, aspiro profundamente el aroma inconfundible de hombre curtido por el trabajo, de oscuridad de piel deseosa de ser satisfecha, de instrumento masculino que se desvive por darme todo lo que necesito para sentirme pleno. Amo la negritud y si, me encanta que hagan honor a su fama de bien dotados. Lo están y, para mi, el tamaño importa mucho. Sobre todo si puedo ver su brillo de ebano en la oscuridad